"Dinámicas grupales y la construcción de identidad en el movimiento libertario argentino"
Resumen
Este trabajo aborda el fenómeno del libertarismo argentino desde una perspectiva grupal, en el marco de la materia Teoría y Técnicas de Grupo. A partir del análisis del surgimiento y consolidación del movimiento liderado por Javier Milei, se propone comprenderlo como una formación grupal que emerge en un contexto social signado por el malestar económico, la desconfianza hacia las instituciones y una fuerte necesidad de sentido compartido. Más que un fenómeno exclusivamente electoral, se lo interpreta como una construcción simbólica y afectiva que canaliza frustraciones, ansiedades y deseos de transformación a través de una narrativa que interpela emocionalmente e invita a la identificación.
Para su análisis se retoman categorías teóricas propuestas por Ana María Fernández, José Carlos De Brasi, Edgar Schein, María Telma Barreiro y Cornelius Castoriadis, que permiten explorar cómo este grupo construye cohesión, pertenencia e identidad a partir de la oposición a un enemigo común —la “casta política”— y de la reivindicación de valores como la libertad individual y la propiedad privada. Estas consignas operan como núcleos de sentido que estructuran la experiencia grupal y reconfiguran los modos de subjetivación.
Además, se indaga en cómo ciertas dinámicas grupales como la polarización, la descalificación del otro y la acción colectiva hostil funcionan como mecanismos de cohesión interna y consolidación identitaria. Así, se plantea que el libertarismo no solo expresa un posicionamiento ideológico, sino que configura un modo de estar y actuar en grupo que produce efectos tanto institucionales como subjetivos.
La adquisición de las teorías sobre la dinámica grupal, sobre liderazgo y el dominio de las principales técnicas de trabajo grupal, constituyen un instrumento imprescindible de análisis e intervención para el Comunicador Social orientado hacia la Comunicación Institucional. El diagnóstico de las instituciones así como las posibilidades de lograr cambios en las mismas, depende en buena medida del conocimiento y manejo de las técnicas de dinámica grupal. En este contexto, la dinámica grupal no sólo se presenta como una técnica para diagnosticar relaciones de poder y comunicación, sino también como una herramienta para intervenir de manera efectiva en procesos de cambio institucional. Esta es una disciplina que se ha ido forjando a partir de los desarrollos de campos específicos de la Psicología Social.
El objetivo principal de este ensayo es analizar el fenómeno del grupo libertario en Argentina, el cual ha ganado terreno en el panorama político nacional, particularmente desde la irrupción de Javier Milei como figura clave del movimiento. Este grupo se caracteriza por una ideología de corte liberal extremo, que promueve la libertad individual, rechaza el intervencionismo estatal y una crítica constante a las estructuras políticas tradicionales. Sin embargo, más allá de lo discursivo, es necesario comprender cómo este movimiento se articula como un grupo social en términos de sus dinámicas internas y sus mecanismos de identificación. A través del análisis de sus procesos de integración, sus liderazgos, las formas de identificación y diferenciación, se busca explorar cómo los libertarios construyen su identidad colectiva y cómo esto se refleja en transformaciones profundas en las tensiones del campo social y político argentino. Este trabajo parte de la base de aportes teóricos de autores clave como Telma Barreiro, Ana María Fernández y Edgar Schein, entre otros, quienes nos brindan marcos conceptuales para entender tanto las dinámicas grupales como la construcción de liderazgo en un contexto institucional y social.
¿Qué inventa una sociedad cuando se instituye como tal?
Inventa significaciones. Estas producciones de sentido -de sentido organizador, no meramente representativo- constituyen los esquemas organizadores que son condición de representatividad de aquello que permite a una sociedad darse a sí misma. Aquello que mantiene unida a una sociedad es su institución, dice Castoriadis (1975). Según este autor, la institución de una sociedad implica la creación de normas, valores, lenguajes prácticas y roles que no sólo regulan, sino que fabrican subjetividades. Es decir, producen individuos que, a su vez, están en condiciones de reproducir esas mismas instituciones. La institución de la sociedad está hecha de múltiples instituciones particulares, que funcionando en coherencia hacen que, aun en crisis, una sociedad sea esa misma sociedad. Entonces, las instituciones, aún fragmentadas o cuestionadas, siguen funcionando como soportes simbólicos de pertenencia y orden.
En este sentido, la propuesta libertaria en Argentina puede pensarse como un intento de instaurar un nuevo marco institucional que, más que buscar un diálogo democrático amplio, se apoya en una narrativa polarizante que divide la escena política entre “los buenos y los malos”, “los libres y los esclavos del Estado”. En esta lógica binaria no solo se niega la pluralidad de voces y posiciones, sino que también se habilitan formas de violencia simbólica que operan como parte central del funcionamiento del grupo: generan pertenencia, delimitan quiénes quedan dentro y fuera, y sostienen una legitimidad basada en la confrontación.
¿Qué dinámicas permiten que un conjunto de individuos se perciba a sí mismo como grupo, con una identidad propia y diferenciada del resto?
Esta pregunta resulta clave para pensar el caso del grupo libertario en Argentina desde una perspectiva comunicacional y psicosocial. Para empezar, conviene preguntarnos: ¿qué entendemos por grupo? Edgar Schein (1982) propone una definición que puede ayudarnos: considera grupo a cualquier conjunto de personas que interactúan entre sí, son conscientes unas de otras y se perciben como parte de una misma unidad. Esta idea deja afuera a los encuentros pasajeros o a los amontonamientos sin lazos reales, y destaca que la percepción compartida y el vínculo sostenido en el tiempo son esenciales para que ese agrupamiento se constituya como grupo propiamente dicho.
En este sentido, podemos considerar al grupo libertario como un grupo formal temporal, organizado en torno a objetivos concretos vinculados con el proyecto político de Javier Milei. Sin embargo, su funcionamiento excede la simple acción electoral: se estructura a partir de una fuerte cohesión interna que se sostiene en identificaciones compartidas e imaginarios comunes. Para comprender mejor la dinámica de este grupo, podemos retomar los aportes de Telma Barreiro en “Trabajos en grupo" (2000). La autora plantea que un grupo no es sólo una suma de personas, es una estructura dinámica donde se establecen roles, normas, vínculos y sentidos compartidos, atravesados por tensiones, aprendizajes y transformaciones. Desde esta mirada, el grupo libertario no se define sólo por lo que piensa o propone, sino también por la manera en que se construye.
En el grupo libertario pueden identificarse roles definidos y una fuerte cohesión interna. Un elemento central en esta dinámica es el rol del líder como figura de referencia y articulación del colectivo. Javier Milei ocupa ese lugar a través de un liderazgo cargado de contenido emocional, sustentado en la provocación, el antagonismo y la descalificación sistemática del adversario. Su narrativa, tanto en discursos públicos como en redes sociales, utiliza un lenguaje confrontativo y burlón que construye una identidad clara: un nosotros -los “libertarios” o “patriotas”- frente a un ellos -“la casta”, “el zurdaje” o el Estado–. Estas expresiones refuerzan la cohesión grupal al definir un enemigo común, simplificando el conflicto político en términos morales y promoviendo la polarización.
Este mecanismo quedó en evidencia cuando la actriz Lali Esposito opinó públicamente en contra del presidente, lo que desató una fuerte reacción de agresión por parte del grupo libertario. La respuesta del líder, que la insultó directamente con términos como “ladri depósito” (Milei, 2024), sirvió para legitimar y movilizar el respaldo masivo de sus seguidores hacia esa agresión. Este episodio ejemplifica cómo el liderazgo emotivo y la violencia discursiva funcionan como herramientas para consolidar la pertenencia y reforzar la identidad grupal, incluso a costa de la polarización extrema y la intolerancia hacia la disidencia.
Alrededor de Milei surgen distintos roles dentro del grupo libertario. Por ejemplo, los seguidores activos, como “el Gordo Dan” y su asesor político, Santiago Caputo, se encargan de militar y difundir el mensaje en redes sociales y actos públicos. También están los intelectuales del movimiento, que respaldan el ideario libertario desde teorías económicas y políticas, principalmente de la Escuela Austríaca; entre ellos se destacan Alberto Benegas Lynch hijo, y referentes como Rothbard y Hoppe, quienes son mencionados por Milei como inspiración (Milei, 2024). Además, surgen saboteadores internos que cuestionan decisiones o posturas dentro del mismo espectro, como Carlos Maslatón, quien inicialmente apoyaba al líder pero luego se distanció y lo criticó públicamente.
Maslatón, un liberal mediático, terminó distanciándose del espacio con fuertes críticas a Karina Milei y al “sectarismo” del círculo cercano. Lo expresó abiertamente en redes sociales y medios, acusando al grupo de ser autoritario y de alejarse del liberalismo genuino. En su propio mensaje vía X (Twitter), afirmó: “Mi defensa a Marra, frente a semejante acusación armada, determinó que Milei y Karina me colocaran en paredón de fusilamiento generándose ataques internos suficientes para mi salida de LLA (...)” (Maslatón, 2024).
Los conflictos internos son inherentes a la vida grupal y se manifiestan en fricciones respecto a estrategias políticas, alianzas o el uso del poder estatal. En el caso del grupo libertario, muchas de estas diferencias se procesan públicamente a través de debates en redes o medios, formando parte de su estilo comunicacional. Esta comunicación directa, sin filtros, asume el conflicto como parte de la autenticidad del grupo y ha contribuido a construir una comunidad digital muy activa, con estéticas propias -memes, insultos, frases virales-, donde no solo se vende política sino una identidad rebelde, outsider y anti-sistema. Estos artefactos culturales -frases, lenguaje, estética- (Schein, 1982), han ayudado a consolidar la cultura interna del grupo y atraer nuevos miembros.
Sin embargo, esta dinámica también puede generar rigidez y poca tolerancia a la diversidad interna. Las diferencias de opinión pueden ser vistas como amenazas en lugar de aportes enriquecedores, fomentando mecanismos de exclusión que derivan en prácticas de purismo ideológico, expulsando o marginando a quienes se desvían del pensamiento dominante. Esto reduce la capacidad adaptativa del grupo, que en contextos cambiantes puede tener dificultades para revisar su posición, incorporar nuevas ideas o responder a nuevas realidades sociales y políticas.
¿Existe una ecuación del éxito? ¿Hay claves para la misma?
No existe una fórmula única que garantice el éxito de un grupo, pero sí ciertas condiciones que favorecen su funcionamiento y cohesión, incluso en escenarios de alta incertidumbre. En el caso del grupo libertario mileísta, su consolidación puede explicarse por la combinación de un deseo de triunfo bien direccionado, una identidad grupal claramente delimitada y una dinámica que no evita las fracturas, sino que las tramita desplazando las tensiones hacia afuera, excluyendo del “nosotros” a quienes cuestionan o disienten. Como plantea Ana María Fernández en El campo grupal (1989), los grupos están atravesados por tensiones y conflictos constitutivos que no se suprimen, sino que se reorganizan constantemente para preservar su consistencia. En ese sentido, la eficacia colectiva del grupo libertario radicó también en su capacidad de construir un relato identitario estable, con adversarios bien definidos y una voluntad explícita de conquista del poder, lo que favoreció su articulación operativa aún en contextos de inestabilidad institucional.
Desde una perspectiva psicosocial, Ana María Fernández y José Carlos De Brasi (1993) entienden al grupo como una construcción situada históricamente, atravesada por tramas simbólicas, relaciones de poder y procesos de subjetivación. En este sentido, el grupo mileísta no se conforma únicamente por una coincidencia de intereses individuales, sino como una construcción colectiva que emerge en un contexto de crisis de representación política, deslegitimación de los partidos tradicionales y agotamiento de ciertas narrativas identitarias colectivas. La apelación a la “libertad” frente al Estado y la denuncia de la “casta política” no funcionan sólo como consignas ideológicas, sino como organizadores simbólicos y afectivos que permiten la construcción de un “nosotros” cohesionado, a partir de la identificación de un “otro” señalado como responsable del malestar general. Estas coordenadas dan lugar a un tipo de vínculo grupal donde la pertenencia se construye también en el rechazo, y donde los procesos de subjetivación se entraman con dinámicas de poder y exclusión, en línea con lo que proponen Fernández y De Brasi sobre el carácter conflictivo y político del campo grupal.
La noción de “casta”, construida discursivamente como la personificación del privilegio ilegítimo, la corrupción y el fracaso estatal, junto con la idea de los “argentinos de bien” como un referente moral excluyente, emergieron con fuerza en el lenguaje público y político, llegando a instalarse incluso en sectores sociales que previamente no utilizaban estos términos. Esta rápida naturalización evidencia cómo estos conceptos funcionan como marcadores simbólicos para definir pertenencias y alineamientos ideológicos, constituyendo un mecanismo fundamental para la formación y cohesión del grupo mileísta.
Cuando existe un malestar social difuso, los grupos pueden construir un imaginario que ordena esa confusión en una narrativa clara (Fernández, 1993). En el caso del grupo libertario argentino, este imaginario articula emociones como el enojo, la frustración y el miedo, mientras ofrece una ilusión de dignidad recuperada y eficacia política. La identificación colectiva no sólo se sostiene en consignas sobre la libertad o la crítica al Estado, sino en la experiencia compartida de esos sentimientos y en la repetición de símbolos —como la motosierra, que representa el corte del gasto público— que refuerzan el sentido de pertenencia. Este entramado simbólico y afectivo permite al grupo cohesionar a sus miembros en torno a una visión común del mundo y una misión política concreta, que se traduce en prácticas activas de movilización y militancia.
Según Telma Barreiro (2000), la cohesión interna de un grupo no se sostiene únicamente en la coincidencia ideológica o en objetivos comunes, sino en la forma en que sus miembros encuentran un lugar subjetivo dentro de él. En el contexto actual, marcado por un malestar social difuso y desencanto con la política tradicional, el grupo libertario liderado por Javier Milei surge como una comunidad afectiva y simbólica que articula ese enojo y frustración. Este grupo no solo se construye por afinidad ideológica, sino también por oposición al “otro”: ser libertario implica definirse como anti-casta, anti-progresismo, anti-Estado y anti-militancia tradicional.
Esta lógica excluyente, que establece límites claros, fortalece el sentido de pertenencia interno, tal como señala Barreiro (2000) al indicar que cuanto más marcados están esos límites, más fuerte es la cohesión grupal. Esta dinámica resulta especialmente significativa para jóvenes que no encontraron representación en partidos o movimientos preexistentes, y para quienes el grupo ofrece una forma de identificación que trasciende lo puramente racional, funcionando como un espacio donde se negocian afectos, identidades y pertenencias.
Por último, siguiendo el enfoque de Barreiro (2000), la cohesión del grupo se refuerza a través de la repetición de rituales colectivos: asistir a actos, corear eslóganes, emplear frases emblemáticas como “¡Viva la libertad, carajo!” o compartir videos y mensajes en redes sociales. Estos actos simbólicos funcionan como mecanismos que permiten a los miembros reconocerse mutuamente dentro de un mismo entramado afectivo y simbólico, generando así una sensación de unidad y pertenencia, incluso entre quienes no se conocen personalmente.
Reforzamos este apartado con los siguientes ejemplos extraídos de diferentes redes sociales.
Según Edgar Schein (1982), toda organización o grupo social establece una cultura organizacional que va más allá de su estructura formal. Esta cultura está compuesta por un conjunto de supuestos básicos compartidos, reforzados a través de rituales, símbolos, eslóganes, mitos y prácticas repetidas que orientan el comportamiento de sus miembros. En el caso del grupo libertario liderado por Javier Milei, esta cultura cumple una función clave: consolidar la identidad del grupo, diferenciarse del “otro” y mantener la cohesión interna.
El león como símbolo mítico
El león se convirtió en el emblema icónico del mileísmo. Milei se autodenomina “el león”, símbolo de fuerza, coraje y ataque contra sus enemigos (“la casta”). Este símbolo cumple una doble función: genera un imaginario heroico alrededor del líder (casi mesiánico) y funciona como elemento de identificación emocional para los seguidores. Aparece en banderas, redes sociales, merchandising y hasta tatuajes.
Desde la perspectiva de Schein (1982), el león es un artefacto cultural que encapsula los valores fundacionales del grupo: valentía, combate, ruptura, individualismo heroico. Pero además, su elección como figura totémica no es azarosa: el león es un símbolo clásico de poder, soberanía y dominio en muchas culturas, lo que refuerza la imagen de Milei como un líder solitario pero poderoso, enfrentado a un sistema corrupto. En ese sentido, construye un liderazgo que remite más a un héroe épico que a un político tradicional.
Este tipo de identificación simbólica facilita una relación emocional directa entre líder y seguidores, sin necesidad de estructuras partidarias intermedias. Así, el “león” no solo representa a Milei, sino también a cada seguidor que se siente parte de esa fuerza de choque. Es decir, el símbolo no se limita a señalar al conductor, sino que se vuelve espejo y aspiración para el grupo: ser leones en un mundo de ovejas, como muchas veces expresan sus consignas.
Canciones, memes y eslóganes virales
La cultura libertaria también se expresa en formas de comunicación lúdica, irónica o provocadora. El uso de memes, jingles adaptados, frases virales como “¡Viva la libertad, carajo!” o “La casta tiene miedo” actúan como rituales de reafirmación colectiva. Estas expresiones no son meramente decorativas o anecdóticas, sino que, como plantea Schein (1982), funcionan como artefactos culturales: elementos visibles que condensan valores y supuestos compartidos, como la irreverencia, el individualismo y el rechazo a lo establecido.
Un ejemplo paradigmático es la apropiación de la canción Panic Show de La Renga, cuya primera línea “Hola a todos, yo soy el león...” fue resignificada como himno libertario. Aunque la banda rechazó públicamente su uso con fines partidarios, el fragmento se instaló con fuerza en actos y redes, reforzando la imagen mítica de Milei como el “león” que ruge contra el sistema. Esta operación revela cómo se recortan y resignifican elementos culturales ya existentes para inscribirlos en una narrativa política propia. No se crea una cultura desde cero, sino que se remezcla lo disponible, operando simbólicamente sobre lo popular para que exprese otra cosa.
A continuación, se presentan algunos ejemplos que ayudan a ilustrar y comprender mejor los 'artefactos culturales' a los que hace referencia Edgar Schein.
Ritualidad discursiva y emocional en la cultura libertaria
Uno de los rasgos más distintivos del grupo libertario liderado por Javier Milei es la ritualización de su discurso y la intensidad emocional que lo atraviesa. Sus intervenciones públicas, tanto en actos como en entrevistas o redes sociales, repiten una estructura reconocible: combinan tecnicismos económicos -por ejemplo, “la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario” (Milei, 2023)- con insultos dirigidos a adversarios como “parásitos”, “zurdos de mierda” (Milei, 2024), en una puesta en escena de confrontación permanente. Esta dinámica no es casual ni caótica: responde a un esquema reiterado que opera como ritual colectivo. Según Schein (1982), los artefactos culturales son expresiones visibles de una cultura subyacente, y los rituales son fundamentales para reforzar el sistema de creencias del grupo.
Este estilo discursivo se inscribe en una narrativa de guerra simbólica que estructura la cosmovisión del grupo. La existencia de enemigos permanentes -la casta, los medios, el progresismo, los sindicatos- permite ordenar el mundo en torno a una lógica binaria: nosotros/ellos, libertad/opresión, héroes/parásitos. Como sostiene Schein (1982), los grupos desarrollan explicaciones compartidas sobre su pasado, presente y futuro. Para el grupo libertario argentino, el pasado representa “100 años de decadencia” (Casa Rosada, 2023) el presente es un escenario de lucha, y el futuro se proyecta como redención: “vamos a ser potencia” (Milei, 2023). Esta lógica de enfrentamiento permanente cumple una función organizadora del sentido grupal y orienta tanto las emociones como las acciones.
Los grupos ideológicos tienden a estructurarse alrededor de mecanismos inconscientes que funcionan como defensas colectivas frente a la incertidumbre (Barreiro, 2000). Uno de estos mecanismos es la idealización del líder, que en este caso se construye como una figura de “mesías económico”, capaz de ofrecer explicaciones absolutas y soluciones unívocas. Esta idealización cumple una doble función: por un lado, brinda seguridad a los miembros del grupo; por otro, refuerza un pensamiento homogéneo que dificulta la disidencia. Como vimos anteriormente, cualquier manifestación de disidencia es interpretada automáticamente como una amenaza, un nuevo enemigo o un contrario, y quien piensa distinto queda excluido del grupo. Por lo tanto, esta idealización puede entenderse como una defensa psíquica colectiva frente a la incertidumbre. Así, la violencia discursiva -lejos de ser solo una estrategia retórica- actúa como un componente estructural de la cultura política del grupo, articulando pertenencia, liderazgo y emoción colectiva.
Conclusión
El fenómeno del grupo libertario liderado por Javier Milei debe entenderse como una construcción colectiva que articula pertenencia, liderazgo y emoción a través de una cultura política basada en la ritualidad discursiva y la emocionalidad compartida. Más allá de las propuestas ideológicas o análisis racionales, el grupo se cohesiona principalmente por medio de símbolos, eslóganes y un discurso caracterizado por una violencia comunicativa que funciona como canal de expresión y catarsis colectiva. Esta dinámica discursiva no sólo refuerza la autoridad del líder como figura mesiánica, sino que también genera un sentido de identidad grupal que trasciende lazos personales y fomenta la defensa y la lealtad grupal. Así, la cultura política del movimiento se sostiene en un entramado simbólico y emocional que privilegia la pertenencia y la homogeneidad sobre la diversidad y el cuestionamiento interno, consolidando un modelo particular de subjetividad política donde la emoción y el ritual tienen un peso central.
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