Discursos de odio en Twitter

 



Autores:

Allende, Agustina; Garbarino, Valentina; Stauber, Marcos.

Tema de abordaje: Discursos de odio vinculados al intento de magnicidio hacia la Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Delimitación: Mensajes y comunicaciones de usuarios con responsabilidad política e institucional mediante la red social Twitter, entre el 1 de septiembre y 1 de octubre del 2022.

Objetivos:

-Contribuir al análisis de los discursos de odio en Argentina.

-Colaborar en lo que resulta una problemática emergente de análisis desde las ciencias de la comunicación, vinculada a una nueva matriz y forma de expresión e incidencia ciudadana a través de canales digitales.

-Distinguir patrones y ejes comunes que se repitan en los tweets, a fin de profundizar posteriormente en la construcción de tendencias digitales y agenda pública.

-Identificar qué tipos de cuentas son las que reproducen discursos de odio a fin de discriminar responsabilidades sociales por parte de quienes los propagan.


Introducción

El 1 de septiembre de 2022 la vicepresidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner fue víctima de un intento de magnicidio. Entendiendo por magnicidio al asesinato de una persona con un cargo trascendental, usualmente una figura pública, con una motivación ideológica o política. El hecho conllevó repercusiones en el ámbito político, en materia social, judicial, como así también expresiones mediante redes sociales. Las cuales, en tiempos de hipermediatización de lo público y de la política, demuestran cómo la dimensión digital atraviesa cada vez más los espacios de manifestación de la ciudadanía.

En este marco, elegimos indagar en los comentarios publicados en la red social “Twitter” entre la misma jornada del hecho y el 1 de noviembre del pasado 2022, particularmente en Argentina. Encontramos entre ellos discursos de odio fuertemente caracterizados, los cuales analizaremos bajo la lupa del marco teórico seleccionado previamente.

Marco teórico

Hacia una conceptualización de los discursos de odio

Si bien, tal como plantea el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofóbia y el Racismo (INADI) en Informe: discurso de odio”, no existe una definición consensuada para definir qué es el discurso de odio, si se ha desarrollado una base acerca del tema. Entenderlo de esta forma nos posibilita evitar un concepto rígido, y por lo contrario comprenderlo en constante movimiento, como una construcción vinculada a factores ideológicos, sociales, culturales e inclusive en una relación particular con los Derechos Humanos.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) define a los discursos de odio como cualquier tipo de comunicación verbal, escrita o conductual, que ataca o utiliza lenguaje peyorativo o discriminatorio con referencia a una persona o un grupo sobre la base de quiénes son. En otras palabras, sobre la base de su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otro factor de identidad.”

El Comité de Ministros del Consejo de Europa indicó en su Recomendación 15/2015 que “el discurso de odio debe entenderse como fomento, promoción o instigación, en cualquiera de sus formas, del odio, la humillación o el menosprecio de una persona o grupo de personas, así como el acoso, descrédito, difusión de estereotipos negativos, estigmatización o amenaza con respecto a dicha persona o grupo de personas y la justificación de esas manifestaciones por razones de raza, color, ascendencia, origen nacional o étnico, edad, discapacidad, lengua, religión o creencias, sexo, género, identidad de género, orientación sexual y otras características o condición personales.”

En este punto vale destacar que Argentina no cuenta con una legislación específica que sancione los discursos de odio. No obstante, la Convención Americana, que desde la reforma constitucional de 1UU4 es parte de la Carta Magna, dice en su artículo 13 inciso 5: “Estará prohibida por la ley toda propaganda en favor de la guerra y toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia o cualquier otra acción ilegal similar contra cualquier persona o grupo de personas, por ningún motivo, inclusive los de raza, color, religión, idioma u origen nacional.”

Incorporando a la información legislativa la posición planteada al principio del apartado, la misma Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) subraya en el documento titulado “Hacer frente al discurso de odio en las redes sociales: desafíos contemporáneos” que las dificultades a la hora de abordar el discurso de odio y legislar al respecto empiezan con su definición, ya que no existe un acuerdo a nivel internacional sobre lo que significa el discurso de odio.”

En este sentido, la Amnistía Internacional advierte que “los gobiernos tienen el deber de prohibir aquellos discursos que promuevan el odio e inciten a la violencia, pero, abusando de su autoridad, muchos silencian la disidencia pacífica con leyes que criminalizan la libertad de expresión. Para ello, se invoca a menudo la lucha contra el terrorismo, la seguridad nacional o la religión”.

Por último, desde el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos entienden por discursos de odio a “cualquier tipo de discurso pronunciado en la esfera pública que procure promover, incitar o legitimar la discriminación, la deshumanización y/o la violencia hacia una persona o un grupo de personas en función de la pertenencia de las mismas a un grupo religioso, étnico, nacional, político, racial, de género o cualquier otra identidad social.

Estos discursos frecuentemente generan un clima cultural de intolerancia y odio y, en ciertos contextos, pueden provocar en la sociedad civil prácticas agresivas, segregacionistas o genocidas”.


Desarrollo

Para comenzar, nos interesa definir brevemente lo comprendido por odio y discurso de odio. La primera aproximación al concepto de odio surge con el postulado de Empédocles y la explicación de los elementos por la oposición de las fuerzas (Empédocles, 1UL4). Esto es, el amor como fuerza de atracción (philía) y el odio como fuerza de repulsión (neikos); ambas siempre activas, antagónicas, que explican la existencia, el movimiento y el cambio en la naturaleza.

Etimológicamente, el odio procede de un término del latin (odium), cuya conjugación verbal es defectiva: carece de tiempo presente, por lo que debe emplear el presente perfecto para suplir dicha falta. En este aspecto, el odio bien podría entenderse como la consecuencia en el presente de algo cuyo origen está irresuelto en el pasado. De allí la necesidad de revisar la historia y contextualizar sus causas y efectos. Resulta importante recordar que en nombre del odio pueden cometerse los crímenes más atroces. La historia de la humanidad así lo demuestra. Entonces, más allá del incremento de los estudios sobre la materia en las últimas décadas, no se trata de un fenómeno reciente, siempre existió y sus consecuencias sociales tienen fundamento a partir de los discursos como principal herramienta para su propagación.

Natalia Torres y Víctor Taricco, en su desarrollo titulado “Los discursos de odio como amenaza a los derechos humanos” (201U), proponen entender a los discursos de odio como un tipo de discurso genérico, tal como el político, jurídico o académico. Y más aún los descomponen en otros discursos específicos clasificados a partir del tipo de daño que generan". Así distinguen “discurso de odio” (en singular) cuando el discurso se articula en prácticas enunciativas de incitación a cometer actos violentos, que atentan contra la vida y la seguridad de una persona o grupo de personas. Los “discursos discriminatorios”, que pretenden que una persona, o grupo de personas, sean excluidos, segregados o imposibilitados de ejercer sus derechos, son otro de los tipos específicos de este discurso genérico. Este tipo de discurso de odio, no atentará contra la vida o la integridad física de las personas, sino que amenazará su “dignidad ciudadana”, es decir, el derecho a ejercer libremente sus derechos, su ciudadanía. Esta clasificación nos proporciona y facilita diferenciar discursos según su sentido, interés y contenido.

Ahora bien, los discursos que fortalecen determinada construcción de sentido y forman opiniones negativas, tanto sobre individuos como colectivos ¿Son algo novedoso en la historia de nuestro país? La respuesta es un rotundo no, basta hacer un simple revisionismo histórico. Ya que, el análisis es fácilmente vinculado con la instalación de “una civilización y una barbarie” en Argentina, ya por el siglo diecinueve, a partir del ensayo de Faustino D. Sarmiento. O en décadas tristes y oscuras para nuestra patria, la justificación de delitos de lesahumanidad bajo la idea de una supuesta “Guerra contra la subversión”, trabajando fuertemente en las piezas comunicacionales, con claras directrices por parte de las juntas militares gobernantes. Claro que los niveles de violencia son rotundamente distintos, aún así es posible trazar similitudes con los discursos de odio que escuchamos y leemos en la actualidad.

Si trasladamos la lectura a algunas estadísticas recientes, útiles al respecto, según el informe del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos sobre discursos de odio en Argentina, que data del mes de junio del 2021, el 2L,2% de la ciudadanía “promovería o apoyaría discursos de odio”, el 17% permanecería “indiferente” frente a estos y el 5L,8% “criticaría o desaprobaría” los mismos. Lo cual demuestra, en datos concretos, cómo se impregnan, aceptan y naturalizan los discursos de odio en distintos sectores de la sociedad, signifiquen o no la mayoría de la población.

Casi un año más tarde, en Julio del 2022 el mismo laboratorio desarrolló un informe cualitativo, titulado “Percepción de la violencia y de los discursos de odio en las redes sociales”, el cual aporta un dato significativo. Para una amplia mayoría de los/as encuestados/as (72,5%) el principal “objeto de odio” se concentra en los “fanáticos de la política” (pág. 31). En los términos descriptos por las instituciones investigadores, el rechazo hacia dichos fanáticos “trae consigo una serie de connotaciones negativas sobre la política en general: es un discurso que se expande por ámbitos que no le son propios y que trata de “imponerse” de un modo casi violento. Frente a eso muchos eligen replegarse, es decir, retirarse del ámbito de la discusión política por considerarlo hostil.” Tanto los resultados expuestos, como el análisis que los acompañan, dan cuenta del vínculo arraigado entre los discursos de odio y la política. Ésta última, lejos de ser considerada como una herramienta beneficiosa para el desarrollo justo de nuestras sociedades, se empareja con el concepto de “casta”, hoy tan resonante.

La observación se complejiza al situar el análisis en un periodo histórico donde reconocemos un acelere de la hipermediatización de lo político. Es decir, una transformación en las formas de producción de lo público, una modificación no sólo de la construcción de las “agendas settings”, por ejemplo, sino de las sociedades en mismas. Un cambio de época signado por la cultura mediática, la cual, parafraseando a Marita Mata en “De la cultura masiva a la cultura mediática”, implica un nuevo modo en el diseño de las interacciones, una nueva forma de estructuración de las prácticas sociales e incluso de la transmisión de las informaciones. Allí, a la par de las características vinculadas a la inmediatez o la masividad de las redes, emergen enfáticamente las identidades institucionalmente privadas y públicamente anónimas. Diferencia que retomaremos más adelante.

La democratización del espacio público se pone en juego cuando éste, en una versión mediatizada, se encuentra intervenida por este tipo de discursos. De esta forma, la esfera pública digitalizada se torna un espacio de disputa ante los discursos que promueven la violencia, la exclusión, discriminación, el silenciamiento o el exterminio de un otro. Quizás yace allí la necesidad de dar una respuesta desde los Estados que logre regular las plataformas digitales donde vemos diluido el derecho a la comunicación y la perspectiva de una comunicación democrática y respetuosa. Para eso se torna necesario distinguir los niveles de responsabilidad ante las figuras públicas que dan lugar y avalan estas lógicas violentas.

Vale aclarar que, para el grupo investigador, la intensificación de los discursos de odio, y los peligros que ello conlleva, no resultan un problema singular de los canales digitales, de las redes sociales, pero si encuentran allí un marco propicio para su configuración y circulación. En este sentido, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner hace muchos años es perseguida política, mediática y judicialmente. Los discursos de odio contra su persona son parte de un entramado de violencia que atenta contra ella hace tiempo.

Retomando el análisis específico de los discursos de odio vía Twitter, algunas expresiones que tuvieron lugar posterior al intento de magnicidio cuestionaron la veracidad de los hechos, afirmando que “era una pistola de agua” o que “fue algo montado”; otros lamentan que “las balas no se hayan disparado”; y algunos hasta aseguraron que “el oficialismo aprovecha para hacer una jugada política”. A continuación adjuntamos algunos ejemplos.

 



A esta altura, emerge una incógnita vinculada a las características de Twitter como plataforma y soporte social que habilita o incluso promueve este comportamiento por parte de sus usuarios. ¿Hay algo que lo diferencia de Facebook, Instagram, Telegram, WhatsApp entre otras redes y canales con millones de navegantes y consumidores? Probablemente en su matriz encontremos algunas respuestas. 
Twitter es una red social que posee un límite reducido de caracteres, propone un modelo de inmediatez y se caracteriza por ser la plataforma digital donde millones de usuarios opinan sobre diversos temas. Su configuración permite que muchos de sus usuarios sean anónimos, lo que en muchos casos favorece la difusión de mensajes violentos sin consecuencias o costo alguno al sentirse amparados en el anonimato. En determinados casos, algunos sectores toman esto como algo beneficioso y estratégico para cumplir sus objetivos. Un ejemplo de esto son aquellos que dan indicaciones a usuarios anónimos para publicar algún mensaje específico, atacar a determinada persona, o comprar perfiles para lograr viralizar el mensaje deseado. Del mismo modo, los algoritmos al inculcar la viralización como objetivo, hacen a la promoción de los discursos de odio. Debemos ser claros acerca de los fines de estos mensajes, ya que comprenderlos livianamente vinculados a meras estrategias o naturalizarlos por estar inmersos en la “lógica de redes”, puede poner en un segundo plano la agresión que los caracteriza y sus consecuencias.

 Caracterización de usuarios

Al mismo tiempo, resulta relevante distinguir los niveles de responsabilidad de los usuarios y de las cuentas que podemos observar o encontrar en la plataforma, tal cual lo anticipamos. En este proceso optamos por discriminar e identificar dos grandes categorías: los usuarios anónimos y los usuarios con responsabilidades institucionales, de referencia política, medios de comunicación, entre otros.

Los usuarios anónimos son aquellos que no podemos identificar, impregnados a las dinámicas propias de Twitter, caracterizadas previamente. Estos usuarios no tienen una nominación que los distinga como personas, ni una foto que demuestra quienes son. Inclusive son perfiles que tienen un molde común en el contenido que difunden: una posición política muy marcada, radical y violenta.

Por otra parte, las personas o figuras públicas y las instituciones (categoría en la cual incluímos a los medios de comunicación) que tienen un alcance masivo, influencia en la construcción de sentido, e inclusive responsabilidades estatales en diversos casos. Tal como afirma la autora Ana María Fernández, en su texto “De lo imaginario social a lo imaginario grupal”, estos usuarios que poseen una legitimación tanto institucional como social, se presentan como actores poderosos. Desde este lugar apelan en sus discursos, no a la razón del público, si no a sus emociones.

En definitiva, el eje central que diferencia ambas categorías de usuarios es el rol social que les corresponde. Cuando referentes de distintos ámbitos o sectores, funcionarios/as, periodistas, entre otros, interpretan y utilizan al odio como herramienta política, y lo reafirman en materia discursiva, se celebra, habilita y legitima un uso común de este para con el resto de la sociedad. Una vez que se configura un marco en el cual ciudadanos/as e instituciones influyentes sistematizan y direccionan sus discursos de odio hacia un sector de la sociedad, o representantes de este, los demás “usuarios” entienden por válido el uso de la violencia en materia social. Al punto de justificar un intento de magnicidio en pleno ejercicio democrático en nuestro país, o descreer del mismo. Cuando los discursos de odio son emitidos, previamente o en el mismo momento, por quienes juran defender y representar a la ciudadanía, quitan toda responsabilidad a quienes desde sus dispositivos electrónicos, los replican. E incluso, pueden traducir a la acción el proceso de demonización que se gestiona a lo largo del tiempo, optando por la extinción de un supuesto “enemigo interno”.


Conclusiones

Gracias al diálogo entre la Televisión Pública y Héctor Shalom, Director del Centro Ana Frank de la Argentina, podemos incluir e insistir en el diagnóstico sobre el fenómeno que el impacto que generan los discursos de odio tienen un fuerte correlato tanto en la construcción social de enemigos concretos en un proceso de demonización, como en la incitación a actos de violencia específicos. Es decir, el hecho concreto del intento de asesinato a Cristina Fernández resulta consecuente a un desarrollo sistemático, por parte de diferentes actores políticos, sociales, mediáticos, y judiciales, en la construcción de odio hacia lo que la vicepresidenta representa.

Debemos evitar entonces, asimilar y analizar el intento de magnicidio de manera aislada a un contexto violento y de odio normalizado desde figuras con una responsabilidad pública a la que no protegen ni representan de este modo. Twitter, en este caso, significa el canal mediante el cual se reproducen con supuesta legitimidad estos discursos, que suponen fines específicos de por sí, por fuera de lo meramente mediático.

El estudio de los efectos e influencias que ejercen los mensajes sobre las personas resulta uno de los principales ejes de investigación de las ciencias sociales en materia de comunicación en las últimas décadas, e incluso en el último siglo. La semiótica, como ciencia particular, se dispone a estudiar y descomponer los discursos, como así también la producción, significación, recepción de los signos. Esto nos demuestra, entre otros indicadores, la preponderancia que conlleva el análisis socio-psicológico del discurso, más aún cuando éste resulta un producto y una herramienta de un violento fenómeno planificado y direccionado.

Los discursos de odio no solo afectan a los grupos e individuos específicos a los cuales atacan, sino a la sociedad toda. Entendemos que el atentado contra la vida de la vicepresidenta marca un punto de inflexión en nuestros casi 40 años de democracia, invitándonos a construir un nuevo pacto social, incluso cuando los consensos parecen más lejanos.

El poder vislumbrar cómo se permean los discursos digitales en los sentidos en disputa, e incluso lo potable que puede resultar la traducción de dichos discursos a los hechos consumados, nos invita a pensar alternativas para la intervención en el campo. Entregarnos a aceptar los mecanismos que se plantean como dados para las “redes sociales”, si su raíz parte de la violencia, no resulta una opción.


Bibliografía


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